miércoles, 16 de febrero de 2011

entrevista a maria novo educadora artìsta y poeta en E.A.C

Entrevista a María Novo - Educadora, artista y poeta

María Novo es científica y artista. Combina su actividad docente como Titular de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible en la UNED con su vocación de escritora, poeta y pintora. También es madre, algo muy importante en su vida, que compagina felizmente con su actividad intelectual. Es una de las voces más lúcidas y veteranas entre aquellos que abogan por un nuevo modelo social, más ecológico y humano. María apuesta por un humanismo que recupere la lógica de la vida y que nos ayude a diseñar una nueva forma de ser y de estar en el mundo más sostenible en el plano colectivo y personal. Recientemente ha publicado “Despacio, Despacio…” (Ed. Obelisco), una obra que recoge sus reflexiones sobre el secuestro de nuestro tiempo a manos de un sistema que nos quiere instrumentar tomándonos solo como consumidores y productores.
Llevas más de 25 años trabajando en el movimiento de la sostenibilidad  ¿En qué momento estamos?

El movimiento ahora está articulado y dinamizado por universidades, instituciones, grupos ecologistas, movimientos sociales y revistas como la vuestra. Aunque en este momento se pueda percibir como algo difuso, lo cierto es que se están construyendo muchas sinergias y muchas redes… El cambio ha comenzado ya y se está produciendo
desde abajo: por la proliferación y la interacción de lo pequeño, de lo diversificado, de las redes… Estamos asistiendo a la eclosión de lo que podríamos llamar un nuevo paradigma o una nueva manera de estar en el mundo.

¿Cómo nos tenemos que mover en el nuevo contexto que está emergiendo?

Lo primero es aprender a gestionar la incertidumbre, porque el que no sepa hacerlo no va a salir muy bien parado de este momento histórico. En la actualidad, cualquier persona joven sabe que tiene trabajo, pero no sabe hasta cuando; si tiene una casa, no sabe si la podrá mantener… Vivimos en contextos poco estables, y eso exige flexibilidad, plasticidad y un cierto desapego.
Para gestionar la incertidumbre, una cualidad fundamental es la resiliencia, la capacidad de utilizar a nuestro favor los elementos que se nos vienen en contra, convirtiendo los retos en oportunidades. Educar construyendo resiliencia es, hoy por hoy, uno de los desafíos fundamentales de las instituciones formativas, en todos los niveles.
Otro aspecto a desarrollar es la resistencia, la capacidad de insumisión, de resistir sin doblegarse a los dictados externos. Hay que fomentar la capacidad de hacerle frente al sistema y ser capaces de tomar decisiones que no son las que el sistema nos propone. Esa insumisión empieza en gestos sencillos, cotidianos (apagar el televisor en ciertos momentos; negarnos a seguir a algunos medios de comunicación; no comprar lo que la publicidad nos dice…) y después continúa con diferentes grados y matices en el mundo colectivo y profesional, según cada persona.
Y, finalmente, hemos de ser creativos, porque sin imaginación, sin innovación, tampoco vamos a salir de este atolladero. Necesitamos vislumbrar otras formas de vida posibles y eso supone un gran ejercicio para imaginar, para dar forma a los sueños…

¿Podrías describirnos a grandes rasgos cómo es ese nuevo paradigma que ya empieza a mostrar?

Los tres últimos siglos de nuestra historia han girado fundamentalmente sobre un paradigma mecanicista, reduccionista. Pero, a partir del siglo XX, hemos comenzado a abrirnos a una nueva mirada, la de lo complejo, lo incierto…, la que abraza el azar y la incertidumbre para negociar con ellos. Esa es una mirada humilde que nos lleva a la aceptación de que nunca podremos tener un conocimiento total y objetivo de la realidad.
Esa mirada, que ha nacido en el seno de la ciencia, se ha ido extendiendo poco a poco a todos los campos. De su mano hemos descubierto el problema de los límites: límites de la biosfera para responder a nuestras conductas depredadoras; límites de nuestra capacidad científica para observar y conocer lo real; límites también
para no confundir los deseos despilfarradores de una parte de la humanidad con las necesidades básicas de todos.
El nuevo paradigma huye de la lógica de la máquina (eficiencia a ultranza, rapidez, competitividad…) para tomar como referencia la lógica de la vida. Este cambio es fundamental. No somos mecanismos, somos organismos complejos en los que, cuando cambia una parte, el todo se reorganiza completamente. La naturaleza tampoco es una máquina, es un gran sistema complejo al que tenemos que asomarnos con respeto y aplicando el principio de precaución.
Por otra parte, este nuevo paradigma afecta también a la cuestión del tiempo. Actualmente, entre producir y consumir, tenemos secuestrada la mayor parte de nuestra existencia. Dedicamos a la producción las mejores horas del día y, cuando ya regresamos a casa cansados y llenos de problemas, esas son las horas de peor calidad que podemos ofrecer a la familia, la pareja, los hijos…, y a nuestro cuidado personal. Algo está mal organizado, se han subvertido las prioridades y lo peor es que no nos damos cuenta o el sistema no permite que seamos conscientes de ello.
Así que, si el siglo XX fue el de lo rápido, avanzamos hacia un nuevo siglo en el que debería primar “el tiempo óptimo” (generalmente más lento) para el desarrollo de nuestras vidas. Eso no significa no trabajar (hay que ganarse el pan…), pero sí reapropiarse de todo el tiempo posible, no dejar que nos tengan todo el día entretenidos con la televisión, internet, el consumo… Organizar el tiempo adecuadamente es un arte, porque se trata de un bien escaso y de altísimo valor, así que, dentro del cambio de paradigma personal, éste es, creo, un reto a abordar. Es imprescindible recuperar ocasiones para la armonía, para la cooperación, para el silencio…, también adecuarnos a los tiempos de la naturaleza para ir paso a paso utilizando los recursos en la medida en que ella puede renovarlos, y aprender a cerrar los ciclos como sucede en el mundo natural…
Finalmente, me gustaría resaltar que en este paradigma hay un lugar para el arte como forma de conocimiento: El arte es una manera de conocer que nos permite desvelar complejidades que son ininteligibles desde el punto de vista científico (el amor, la belleza, el deseo…). Gracias al arte, y a esa cuota de artista que cada uno de nosotros lleva dentro, podemos expresar las emociones, los sentimientos que no pueden ser reducidos a un discurso lógico. La música, la pintura, la poesía, el teatro…, son algunas de las vías a través de las cuales el ser humano expresa lo más profundo, a veces desconocido incluso para él. Por eso es imprescindible que los científicos y los artistas dialoguen, porque sus formas de conocer la realidad son complementarias, se necesitan la una a la otra para dar cuenta integrada del mundo y de sus problemas
¿Cómo podemos cambiar esa tendencia?

Frente a la eficiencia de las máquinas, los seres humanos, tenemos que cultivar la pertinencia. Preguntarnos: ¿Esto que voy a hacer es pertinente desde un punto de vista ético, humano? ¿Es pertinente desde mis capacidades, mis límites? ¿Va ha ser bueno para la gente y para el planeta? ¿Cómo afecta a los más pobres y a las generaciones futuras? Se nos ha olvidado la pertinencia, corriendo detrás de la eficiencia.
Otro cambio que me parece esencial es el de abandonar el mito de lo grande. El siglo XX fue el siglo de lo grande, de las obras monumentales, los rascacielos, el siglo de “más es mejor”…  Se ha corrido tras ese mito y éste ha sido el mayor período de destrucción de la historia, a todos los niveles… La apuesta del siglo XXI creo que tendrá que ir hacia la revalorización de lo pequeño. Insisto en que “lo pequeño” es una metáfora, que simboliza “el tamaño óptimo” de cada cosa. Es problema está en que los seres humanos hemos desarrollado adicción a un tamaño que no es el nuestro. Estamos creando monstruos, por ejemplo, desde el punto de vista urbanístico. Ciudades de 20 millones de habitantes que rompen con todas las escalas adecuadas de la vida humana. El nuevo paradigma debería ayudarnos a recuperar la idea del tamaño óptimo, que está también en la naturaleza.
Eso significa perder la obsesión por el crecimiento continuo. Esta obsesión, en manos de la economía, nos está llevando a la catástrofe. En un sistema cerrado y finito, como es la Tierra, un subsistema (el económico) no puede crecer indefinidamente, a riesgo de comportarse como un cáncer… Sin embargo la globalización económica va en esa dirección, se trata de un movimiento suicida, que castiga, además, a las partes más débiles de la humanidad: los países y las economías pobres.
Hay que decir en alto que es posible el desarrollo sin crecimiento, sobre todo en el Norte rico, que más bien tiene que decrecer para que el Sur global pueda crecer en algunos aspectos (sanidad, vivienda, educación…). Pero, globalmente, el planeta ya no soporta más el hecho de que nos confundamos llamándole “necesidades” a lo que son, en realidad, nuestras necedades.
Por otra parte, el siglo XX, fue el siglo de lo lejano. Todavía tenemos ese síndrome. La fascinación por ir de vacaciones a Cancún o a Bali… Tenemos el deslumbramiento de lo exótico… ¡y no digo que eso esté mal! pero se nos olvida lo próximo. Estamos comiendo manzanas que llegan de Chile; exportamos patatas al Reino Unido e importamos kiwis de Nueva Zelanda… Eso todo nació en una época del petróleo barato y de esa seducción por el transporte, por la movilidad, por lo lejano… Pero los recursos de la Tierra son finitos y su capacidad para soportar nuestra huella ecológica está sobrepasada. Fíjate que la última vez que la humanidad consumió recursos a la misma velocidad que la naturaleza podía reponerlos fue en la década de 1980. Desde entonces, hemos incrementado velozmente tanto el consumo de bienes naturales como la emisión de contaminantes. Actualmente, nuestro consumo y producción de desechos está un 30% por encima de la biocapacidad del planeta.
Por eso creo sinceramente que otro estímulo para el cambio es la revalorización de lo cercano frente a la mitología de lo lejano. Hoy comenzamos a comprender que, con combustibles fósiles escasos y caros, la solución es relocalizar, es volver a asentar la vida sobre lo próximo, recuperar la cordura de no basarlo todo en el transporte, y fortalecer el tejido social, la convivencialidad de los pueblos, de los barrios.

¿Es posible ir a hacia la relocalización sin que esto excite a los nacionalismos identitarios y excluyentes?

Hay muchas formas de vivir los nacionalismos. Yo soy gallega, soy bilingüe, y también me siento española y ciudadana del mundo. En los nacionalismos hay radicalizaciones igual que en cualquier otro movimiento, pero la vuelta a lo próximo no tiene necesariamente que exacerbar una radicalización. El nacionalismo bien vivido es un sentimiento de pertenencia asentado en el uso de una lengua, de unas costumbres, una historia compartida, y no tiene por qué radicalizarse si se vive en un estado de apertura, algo que no depende de los nacionalismos sino del corazón de las personas y de la forma en que los seres humanos se perciben. Si se ven a sí mismos como seres pertenecientes a núcleos cerrados o bien si se dejan invadir por el otro, por el aparentemente “extraño” que, sin embargo, es el prójimo. En este sentido, el mestizaje y  la biodiversidad son una grandísima riqueza que nos defiende de cualquier atisbo de exclusión. El siglo XXI va a ser un siglo mestizo o no va a ser. Y esto hay que tenerlo muy claro: los movimientos migratorios son imparables…
¿Cómo se pueden vivir los nacionalismos si no es negociando con esta tendencia al mestizaje?
El número de refugiados ambientales que se va a producir en las próximas décadas por los efectos del cambio climático (inundaciones de zonas habitadas en los deltas de los ríos, en islas…) es incalculable, así que lo mejor que podemos hacer es ir aceptando la realidad de un mundo mestizo, diverso culturalmente, en el que los recursos de la Tierra se comparten.
Sabemos que, desde el pensamiento complejo, lo aparentemente antagónico es en realidad complementario. Habría que aplicar este principio de complejidad a la mirada sobre los nacionalismos.
¿Cómo crees que deberían evolucionar las relaciones entre las personas en esta transición que estamos viviendo?
Creo que una actitud fundamental es la de compartir el agradecimiento por los dones que nos da la vida, hacernos partícipes los unos a los otros de esos dones, expresarlos, dejarlos fluir en el marco interpersonal y colectivo… El agradecimiento hacia la vida es el antídoto del deseo, y nuestro mal es precisamente que deseamos demasiado, con urgencia, dejándonos llevar por el afán de posesión y de éxito, que son dos de los peligros de nuestra época.
El ejercicio de revisar los regalos que nos hace la vida (esos ojos que nos permiten ver lo que nos rodea; la capacidad para hablar; el hecho de poder alimentarnos, vivir en sociedades libres, tener personas que nos quieren y que se dejan querer por nosotros…), todo ese ejercicio, practicado asiduamente, nos hace conscientes de los inmensos presentes que recibimos a diario y nos invita a compartirlos con gozo.
Compartir significa, también, escuchar. Nos escuchamos poco, generalmente lo que queremos es imponer nuestras ideas y, además, no solemos tener tiempo para hacer una escucha distendida, amable. Sin embargo, nunca como ahora la gente ha necesitado tanto ser escuchada. Las personas necesitamos que nos miren a los ojos, que nos abracen, que nuestras pequeñas historias personales, alegrías y sufrimientos, encuentren eco entre aquellos que nos rodean. Escuchar es una forma de amar.
Y después está la posibilidad de crear algo juntos. Cada vez que dos o más personas se reúnen con amor aparece esa posibilidad: podemos  convertirnos en artistas, en poetas de nuestra propia existencia. Todo el mundo es excelente en algo y crear con el otro significa reconocerle esa excelencia. Cuando creamos nos hacemos parte de la creación colectiva del mundo.
Finalmente, pienso que es necesaria una cuota de aceptación, de desapego, de no intentar entenderlo todo y explicarlo todo racionalmente. Después de muchos años de búsqueda, resumí esta idea en uno de mis poemas diciendo que somos “paseantes de la vida, que quisimos entenderla y, al fin, nos conformamos con amarla…”.
Junto a todos estos cambios que están produciéndose, el equilibrio hombre mujer también está modificándose ¿Qué podemos hacer los hombres para contribuir a un nuevo equilibrio entre sexos?
No creo que haya unas grandes diferencias constitutivas entre hombre y mujer, pero si hay unas diferencias históricas que condicionan los comportamientos. Los hombres, en general, habéis puesto el énfasis en el desarrollo de las capacidades mentales, la racionalidad, y os han educado para renunciar a la expresión de los sentimientos y para tener éxito en el campo profesional. Creo que ahí es donde se producen esos modos distintos de mirar la realidad. Las mujeres nos hemos negado históricamente a dejar de lado nuestro mundo emocional. Hemos practicado un conocimiento que, sin renunciar a la racionalidad, no excluye a nada ni a nadie del proceso de mirar. Y hemos compartido mucho, entre nosotras, los saberes que nos iban dando, de generación en generación, respuestas para los retos cotidianos de la vida. Eso nos ha hecho evolucionar de una forma más compleja. No hemos estado tan atentas al éxito sino más bien a la felicidad, que es un concepto omnicomprensivo que engloba lo profesional, lo personal, lo familiar…
Estos planteamientos están siendo hoy validados por los avances científicos, que nos dicen que la primera fase del conocimiento es la emoción, y también por las teorías de la complejidad, que nos proponen la integración cuerpo-mente para dar cuenta del mundo. Hoy día, en que muchas mujeres asumimos tareas científicas, intentamos practicar esa forma de conocer: una razón informada por los sentimientos.
¿Y qué podemos hacer para entendernos mejor?
Las mujeres necesitamos que, cuando hablamos de sentimientos, los hombres nos escuchéis. Pero también demandamos un cambio en vosotros: que aprendáis a expresar lo que estáis sintiendo. Sabemos que no es fácil, porque provenís de una cultura que excluye eso en el rol masculino (aunque, por fortuna, las cosas están cambiando para bien…). No hay nada mejor que una persona de inteligencia bondadosa y de escucha comprensiva. Cuando la inteligencia se alía con la bondad, el resultado es fantástico. Cuando una mujer se encuentra con un hombre de inteligencia bondadosa, ha encontrado un tesoro. Y la escucha comprensiva, tiene que venir de las dos partes, lógicamente, pero ahí otra vez tropezamos con la prisa, los ritmos del trabajo, que nos dejan poco tiempo a ambos para la atención y el cuidado del otro, para estar atentos a sus palabras y sus silencios…
Además de científica eres artista ¿Qué es para ti el arte de vivir?
En esto soy una aprendiz. No me siento legitimada para hablar sobre algo tan complejo como el arte de vivir pero, ya que me lo preguntas, te diré cuáles son, a mi juicio, los tres elementos clave: la lucidez, la conciencia y la compasión.
La lucidez consiste en saber en cada momento dónde estás, quién eres, con quién te relacionas, cuáles son tus capacidades, cuáles son las necesidades de tu entorno,… No perder la lucidez significa saber aquello en que puedes ser útil y aquello para lo que no sirves…, sacar provecho de tus potencialidades y no demandarle al otro potencialidades que no tiene.
El segundo elemento es la conciencia, que va desde lo más íntimo, desde la ética diaria, al sentimiento expandido de ser parte del todo, del universo, la naturaleza, la vida… La conciencia nos hace preguntas, nos interpela, nos dice como podemos actuar, compartir lo que tenemos, nuestro tiempo, habilidades, dinero… Pero, para ello, necesitamos sosiego, acallar la mente y dejar que hable el alma. Creo que es fundamental el silencio. Personalmente, amo el silencio como una parte constitutiva de mi vida, la que me permite encontrarme conmigo misma y, a la vez, con el mundo, con las demandas y necesidades de aquellos que viajan conmigo en el mismo barco.
Aquí juega un papel fundamental la meditación, como un espacio en el que dejamos que la conciencia se manifieste sin interferencias. Y también la atención, estar en cada momento en lo que estamos, disfrutar haciendo lo que hacemos…, eso hace aflorar de forma espontánea nuestro mundo interior.
En tercer lugar, la compasión, algo esencial al arte de vivir. Compasión en sentido universal, sentir con la naturaleza que está siendo agredida, con todos los seres vivos, humanos y no humanos, y sentir también con los más cercanos, con el entorno próximo. Esta forma de estar en el mundo creo que nace inicialmente de la capacidad para ser amigo de ti mismo, para perdonarte y quererte con tus debilidades. Si no eres capaz de ser amigo de ti mismo, difícilmente podrás tener compasión hacia los demás. Cuando te descubres cometiendo un error es necesario cierto sentido del humor, echar una risa, decir “que esto no se repita…”, y tirar para adelante. Reconocer que nunca seremos perfectos, que el error nos acompaña indefectiblemente, es, creo, el primer requisito para aceptar y querer a los demás tal y como son.